SUMARIO
El artículo pretende presentar las connotaciones “religiosas” que tienen algunos de los grandes espectáculos, en cuanto producen algo así como una mística en los seguidores. Cantan, “adoran” a sus ídolos con inclinaciones de sumisión, esperan con ilusión el próximo encuentro. Igualmente, aparecen gestos religiosos que no podemos calificar de meramente espontáneos: elevar los dedos al cielo en recuerdo de un ser querido, santiguarse…. Comparando con nuestras ceremonias litúrgicas semanales, la pregunta es: ¿seremos capaces de llenarlos de ilusión para que los que aún son fieles celebren el día del Señor con el mismo interés?
La "religión" de los grandes espectáculos
Dicen los Evangelios que la “muchedumbre seguía a Jesucristo”. Dicen los medios de comunicación que hay estadios que ponen el cartel de “No hay billetes”, que el cantante tal llenó la plaza de toros de… Nos muestran por televisión campeonatos del mundo que, año tras año, “revientan las estadísticas”. En esos estadios, circuitos, carreteras, vemos miles de aficionados, forofos, seguidores, aplaudiendo, silbando, cantando, haciendo la ola, siguiendo de país en país a sus ídolos.
Dicen también las estadísticas que sólo un tres o cuatro por ciento de los católicos de nuestro país acuden a misa. La conclusión facilona sería: Estadios llenos, (porque les dice algo) Iglesias vacías (porque no les dice nada). He utilizado la expresión “facilona”, porque sé que hay que distinguir situaciones, fines y, sobre todo, exigencias. Cualquiera podría decir: “No compares”.
No se trata de comparar. Se trata de profundizar en un hecho: los espectáculos deportivos, los musicales con cantantes que mueven miles de seguidores, tienen ritos que se identifican, a veces, con los grandes acontecimientos religiosos. No sé si sería demasiado arriesgado decir que los “sustituyen”. ¿Podemos hacer más atractivos nuestros ritos, conseguir que los que asisten se sientan identificados, unidos a los demás? Podría ser la pregunta de fondo que se hace más de uno.
Deporte religioso y profano
Sabemos que en la antigüedad clásica, tanto en Grecia como en Roma, la política, la religión y el deporte estaban unidos. El mismo término de olimpiada hace alusión a los dioses. En Olimpos se celebró la primera. Su celebración tenía un efecto fundamental en la sociedad de su tiempo. En esta época, tan frágil en las relaciones internacionales, nos asombra un hecho: mientras duraban los juegos, se paraban las guerras. Los atletas eran recibidos, entre aclamaciones, en los países “enemigos”. Ahora nos parece mentira. El Barón de Coubertin pretendió hacer renacer este sentido de unidad que tenía y debe tener el deporte para las naciones. Había, pues, una mística religiosa, una sintonía con lo divino.
Qué ha cambiado?. Para algunos especialistas en el tema, la diferencia entre deporte antiguo y moderno estriba en que, mientras las competiciones de la antigüedad clásica se celebraban en el marco de festivales religiosos, el deporte moderno es un espectáculo totalmente profano.
Si asistimos a un partido de futbol, baloncesto, a un circuito, por citar a los claramente masivos, lo religioso puede estar reducido, si se quiere tomar en ese sentido, al minuto de silencio por un acontecimiento luctuoso. Muchos creyentes lo mirarán bajo ese prisma; otros, no. Pero en una sociedad laica parece lógico separar lo humano y lo divino. Algo así, como al César lo que es del César, en el estadio; y a Dios lo que es de Dios, en el templo.
Otras “religiones”
Son ceremonias litúrgico-deportivas preparadas, si se me permite, por aquello de la comparación subyacente con nuestras celebraciones de “interior” dominicales. Como las religiones pasadas y, desgraciadamente, algunas actuales, también cantarán para manifestar su “desprecio”, (pues odio me parece demasiado), por los “ídolos” de la afición contraria. Solamente los hechos luctuosos parece que son capaces de unir a “enemigos deportivos irreconciliables”. El dolor y el más allá. Vuelven las connotaciones religiosas. El fútbol, entre otros deportes, está lleno de símbolos y rituales como himnos, banderas, colores e ídolos. Se levantan los dedos al cielo ofreciendo el gol al compañero fallecido. Alguno dirá que no significada nada desde el punto de vista la fe, pero el gesto es una confesión de eternidad, de recuerdo, de más allá, de que no se ha ido para siempre. Es lo que queda grabado en la retina de los presentes en el estadio y en la tele.
Misa “personal”
Decía “comparación subyacente”, pero podemos sacarla más a la superficie. ¿No son, en términos generales, las misas dominicales demasiado frías”?. Aunque hay sitios donde se hace, pero qué raro, por no decir, iluso, resultaría convocar, para ensayo de cantos unos días antes o una media hora antes de alguna de nuestras celebraciones. Y en un bar, ni soñarlo. Normalmente, da gusto escuchar los cantos de otras iglesias cristianas, y no digamos cuando contemplamos los oficios al ritmo de “negros espirituales”. Tienen sus libros (que nadie roba), se mueven, se saludan, se dan la bienvenida cuando alguien viene por primera vez, etc. Los nuestros, dan corte. Te quedas solo cantando y poco menos que tienes que pedir perdón al que está a tu lado por molestarlo. Recuerdo que unos jóvenes quisieron animar una misa vespertina, tradicional, de cierta parroquia. Algún fiel entró en la sacristía a protestar y a preguntar si iban a continuar, para irse a otra iglesia a oír una misa como Dios manda.
Existe, pues, una religiosidad intimista. Dios es una cosa privada. Voy a misa por obligación, porque me dan la comunión y porque rezo. Si el cura no se enrolla, mejor. Hay bastantes en el 3 o 4 % citado. Esta religiosidad todavía entra en la Iglesia, es medible o está controlada. Pero existe otra fe que la Iglesia no maneja, dicho con respeto, la de los grandes acontecimientos populares, o la totalmente privada, de los que no van a la Iglesia, pero que tienen a Dios y a la Virgen María presentes en sus vidas.
Fe fuera de control
El español tiene una religiosidad “vergonzosa” cuando está con poca gente. El sentido de “entra en tu cuarto y que nadie te vea” se le ha metido en el alma. Tienen aversión a ser identificados con la gente calificada como hipócritas. Mucha iglesia y poca caridad. Por este motivo, les da miedo parecer “píos”. Los medios de comunicación a-religiosos o anti-religiosos han creado un ambiente difícil de superar para un ciudadano cristiano normal: ser de la Iglesia, participar en las liturgias de los templos, es reconocerse de “derechas”, de poco “progre”. En sus sentimientos religiosos no quieren los españoles, en conjunto, que se meta nadie. Cierto día, al entrar en una iglesia, coincidí con dos chicas relativamente jóvenes y “modernas” que entraban para pedirle algo a “su” Virgen o por turismo. Una de ellas, poniendo su mano sobre una foto de Jesús que estaba en el tablón de anuncios de la Iglesia, dijo en alto: “Hola, bonito” y entró. Se estaba celebrando una misa y ni reparó en ella. Esto se podría llamar: fe fuera de control. No les pidas que frecuente la iglesia, que echen una mano, porque quizás te digan “no somos beatas”.
En muchos de los espectáculos deportivos y taurinos, si se permite distinguirlos, aparece un componente religioso, se quiera o no ocultar bajo la calificación de “gesto espontáneo”. Me refiero a la señal de la cruz. Miles de ojos ven, desde la grada, que el deportista tal se ha santiguado, no una, sino tres veces al entrar en el campo. Que ha tocado el suelo y se ha vuelto a santiguar. Los aficionados a los toros saben, respetan y comprenden, que los toreros que miran el ruedo fijamente detrás de los burladeros, acaban de entrar en la capilla de la plaza a rezar para que Dios y su Madre les proteja, porque se juegan la vida. Los aficionados a la canción española saben que en el camerino de casi todas las folklóricas hay una capillita “ambulante”. Aunque no entre en las estadísticas de los “pros o contras” de lo religioso, para muchas personas “Dios no ha muerto”.
Nuestras eucaristías ¿una fiesta?
Por ser un tema suficientemente tratado, prescindo de las manifestaciones religiosas, díganse procesiones, semanas santas, romerías. Lo folklórico y lo religioso, a su manera, están alegremente mezclado. ¿Se podría mejorar el aspecto tan “académico” de nuestras celebraciones litúrgicas ordinarias? Cuando se organizan eucaristías “para niños”, bien llevadas, el recinto de la iglesia parece que cambia de color, de calor y de sentimientos. Los padres y los abuelos temen llevarlos a una misa “normal”. Será una fiesta, como decía un niño, pero muy aburrida.
La religión, sin embargo, puede llegar a ser espectáculo de masas. Juan Pablo II convirtió sus viajes en auténticos acontecimientos populares. Incluso tenía sus “fans”. Eran situaciones puntuales. La Semana Santa en algunas regiones de España y otros países y el entorno de las Hermandades se mueve en función de la “salida”, de la presentación en público de las imágenes que recuerdan la Pasión de Cristo. Si no pueden salir, por la lluvia, cuántos ojos se llenan de lágrimas. Para muchos, posiblemente, sea el único momento del año en el que están en contacto con lo religioso. Todo el mundo creyente, a su manera, se siente acompañado, identificado con la tragedia que representa la muerte de Cristo. Lo mismo que se siente identificado, en alguna romería, con la alegría de los que se alegran cantándole a la Virgen por sevillanas. Habría que inventarse algo para que la gente vaya alegre a las misas del domingo, se sienta identificada, unida en la fe con los otros y salga diciendo: ¡esto sí que es celebrar el día del Señor!
Espectáculos anti-religiosos
Podemos admitir, sin discusión, que los espectáculos comerciales, deportivos, culturales pueden ser esencialmente profanos, por aquello de la sociedad laica se mueve en otros ámbitos de la vida que no son los puramente religiosos. Una sociedad que no está dirigida por los criterios de una determinada religión en un mundo intercultural o interreligioso.
Es lógico que existan personas o grupos sociales contrarios o alérgicos a lo que suene a eclesiástico o simplemente religioso. No se puede unificar a los seres humanos bajo unas ideas impuestas. Por respeto al ser humano, por un sentido democrático de la vida, por la libertad que todos merecemos, equivocados o no.
Por tanto, no me parece lógico, ni democrático, ni respetuoso, que se monten espectáculos, cuyo tema fundamental sea la burla de los sentimientos religiosos de los otros, aunque sea de uno. Se puede criticar lo que está mal, si hay motivos y argumentos, pero el desprecio de las creencias de los otros, suena, y fuerte, a dictadura ideológica, aunque, con frecuencia, se pongan medallas de “únicos demócratas”. Como resulta también significativo que las burlas sean a lo más sagrado de las religiones pacíficas. Si hay alguna radical, ni nombrarla…
Dice la historia del cristianismo primitivo, que se sospechaba cuándo alguien se convertía a la doctrina de Jesús, porque dejaba de asistir a determinados espectáculos. Es un modo de respetar a los que piensen distinto y un modo de decir: ese no es mi camino.
“Estáis perdiendo clientela”
Termino con una reflexión: es verdad que las “muchedumbres seguían a Jesús”. No se puede comparar con nada. Era Jesús y punto, como se dice ahora. No podemos pretender que se llenen las iglesias de cristianos entusiasmados con los que la Iglesia les da. Hay demasiados condicionantes. Pero sí tenemos que reflexionar como padres de familia, como obispos, sacerdotes, religiosos, etc. etc. si a esta generación la Iglesia les dice algo, les atrae. Como comentaba alguien al ver la poca gente que había en un triduo: “Para mí, que estáis perdiendo clientela”. Un buen cristiano no pierde la ilusión, por más que sepamos y resuene de fondo: “Muchos serán los llamados y pocos los escogidos”. Lo que Cristo tenía claro era que seguirlo sería difícil. Hará falta interés e imaginación para que en nuestras ceremonias los fieles, todos los presentes, se sientan a gusto, identificados con la Idea que los mueve y con el de al lado.
Fernando Marrero Rivero
Licenciado en Filosofía y C. de la Educación