viernes, 2 de mayo de 2008

El valor de la palabra dada

EL VALOR DE LA PALABRA DADA

Cuentan los abuelos, - hasta ese tiempo hay que remontarse, - que los tratos en los negocios se hacían, dándose la mano. Si venía algún comprador posterior, que ofrecía más dinero por el objeto en venta, se le hacía desistir con un escueto: ya nos hemos dado la mano. Quien se saltaba este código, podía considerarse desprestigiado para siempre.
Ahora, en nuestra sociedad, exigimos, como lo más natural del mundo, un “certificado de garantía” de todo lo que adquirimos. “No te fíes, que te pueden engañar; ten cuidado, no te den gato por liebre; no pagues al contado, que luego se quitan de en medio, etc, etc”. Hay un montón de expresiones con las que te ponen en guardia para que no seas ingenuo, porque la tendencia social sería: “como no seas listo, te engañan”. Historias de constructores que se quitan de en medio… aparatos que se estropean al día siguiente de que venza la garantía y que no te cambian…Se cuenta, que hasta un autobús de obreros se lo “robaron” a una empresa a la que iban a trabajar, prometiéndoles que cobrarían más. ¿Quién no ha estado esperando días y días a que venga el instalador, que dijo: “esta tarde, sobre las 5 estaré ahí”?

Timos, estafas, engaños ha habido toda la vida. Algunos dicen, que ahora se saben y que antes se podían ocultar más fácilmente. Supongamos que en los aspectos comerciales haya mucha parte de razón, pero podríamos preguntarnos ¿Es que ya está admitido como sistema? El que quiera ser honrado, el que mantiene su palabra ¿es tonto?.
Creo que en todos los aspectos de la vida, de las relacione sociales, de las puramente personales, y no digamos, de las más íntimas familiares, necesitamos un mínimo de confianza. Admitir que la palabra que te están dando, en las diversas circunstancias en las que nos movemos, es decir, en la vida social y familiar, no significa nada, ni te la tienes que tomar en serio, es admitir la soledad y la indefensión.

EL PAISAJE QUE VEMOS
En nuestra Revista “Diálogo” tenemos la pretensión de presentar, o comentar con los padres, las inquietudes del mundo que rodea a los hijos y que influyen poderosamente en su educación, pero, también la ilusión de ofrecer esperanzas. La realidad inquietante, en el terreno de la “palabra sin valor” es, que la ventana a la que nos asomamos, nos muestra un paisaje aparentemente desalentador. Y la susodicha ventana, no es sólo la tele, a la que se le achacan todos los males, sino los otros medios y la calle, que ya no sabe uno, si la calle aprende de lo que lee, o los que escriben describen lo que ven. Como decía aquel verso : “triste cosa será, pero posible”, cualquiera de las dos.

No es raro encontrarnos con personas, consideradas como inteligentes, que afirman: “yo no leo nada más que tal periódico”. Siempre me ha parecido peligroso. Primero, porque fiarte de lo que dice, de lo que transmite la prensa, (o las “teles”, o las “radios”) que se decantan por unas ideas sociales, políticas o religiosas, de una forma cada vez más radical, me parece de una “pobreza pasional” notable. Segundo, porque todos tenemos que hacer, si queremos ser ecuánimes, un examen de motivos: leo tal o cual prensa, oigo tal radio, veo tal tele, porque espero leer, oír o ver lo que pienso, lo que me interesa.

Si son unas minorías los que se hacen representantes de una sociedad “sin palabra”, la cosa tiene solución. La mayoría de los españoles lee poco, según encuestas. Nos queda, entonces, la familia donde los hijos pueden ser educados en la fidelidad a lo prometido, en la responsabilidad ante las promesas. Pero, si lo que se refleja en los medios, es lo que vive “ya” nuestra sociedad, “apaga y vámonos”. Se resiste uno a creer que ser fiel, en cualquier sentido, aparezca como un valor “trasnochado” y que lo contrario sea “moderno”. Estos criterios, que se lanzan sin el menor sentido de la responsabilidad, con burlas sarcásticas de los principios morales y religiosos, sí que pueden llevarnos a una sociedad donde sea difícil vivir, donde se implante la ley de la selva y a la que, luego, se quiera controlar con cargas policiales.

En las promesas de los políticos ¿quién confía? “Si me votáis, os doy mi palabra…”. Parece que se juega con la ilusión de las gentes, que están esperando que se cumplan esas promesas, y la prueba es que les votan, cuando llega el momento. Luego, el día del recuento, la noche de las elecciones, todos ganan y el pueblo se pregunta asombrado o “mosca” ¿cómo es posible, si unos prometieron una cosa y otros lo contrario?. Lo malo de estas situaciones es aquello de “siempre ha sido así” y se sospecha uno, que “seguirá siendo”. Pasan los meses, se olvidan las elecciones, se olvidan las promesas, porque no se podían cumplir… y lo sabían, o porque eran un simple trampolín para llegar al poder. No sé si será casualidad, pero hay muchos políticos que no juran, prometen.

LISTILLOS AL PODER
Nuestros tiempos exaltan la figura del listo o listillo. Los hombres y mujeres de palabra no llenan los espacios del corazón que tanta gente ve. Los niños, los jóvenes, se quedan embobados con los personajes que se insultan delante de todos, que hablan sin pudor de sus infidelidades. Se venden separaciones, líos de todo tipo. La tele, como se ha repetido tantísimas veces, es una maestra que da clases en el salón de la casa o en la propia habitación (cada vez hay más teles en los cuartos). En el salón se puede controlar lo que reciben los niños, pero en su habitación ¿quién elige?
EN SEÑAL DE FIDELIDAD..
No sé hasta qué punto los jóvenes que podrían casarse ya, (puede que lleven tiempo viviendo juntos) no tienen entre sus dificultades (además de la casa, trabajo) la inseguridad de un posible fracaso. La fórmula del matrimonio: “recibe esta alianza en señal de mi amor y de que siempre te seré fiel” suena, en algunos casos, como un atrevimiento con tintes de piadosa mentira, o, en el mejor de los casos, como un buen deseo…”lo voy a intentar”. Si se ha celebrado el sacramento del matrimonio, tal vez una de las lecturas ha terminado con aquél: “el amor no pasa nunca”. Palabra de Dios.

Se dice, que en este último siglo ha habido una “aceleración de la historia”, es decir, que los modos de vivir, de pensar, han cambiado más que en todos los anteriores. (Los renacentistas podían haber pensado algo por el estilo). La exaltación del individuo, de la propia dignidad o supervaloración del yo, han llevado, también, a una aceleración del egoísmo frente a la aceptación del prójimo. Éste puede ser, si se deja, un escalón para que yo suba. Por tanto, si me conviene, lo engaño.

JUICIO A LOS PADRES
Educar en la responsabilidad, en la fidelidad a la palabra dada, en un mundo con el pie cambiado, supone, en principio, creer en lo que se va a decir y ser consecuente con lo que se dice. Para enseñar a mantener la palabra, a ser fieles y que esa fidelidad llegue a los momentos posteriores de la vida, dígase negocios, matrimonio, hay que ser conscientes de que exige una forma de vida donde no aparezca la mentira, las componendas. Un hijo sabe si le perdonan el castigo por él o por interés de los padres.
A los jóvenes no les gustan las dictaduras familiares, pero tampoco les gusta la confusión de ideas. Ahora me dices esto y mañana lo otro. A un marino le gusta el mar, pero añora la tierra firme. A un joven le gusta saltarse las normas, ser libre (a su manera), moverse de un lado a otro, pero también añora otro tipo de “tierra firme” como son los criterios que a lo mejor discute, pero que ve reflejados en aquellos que se preocupan de él, que lo cuidan. Cierto es que podría aplicarse, en algunos casos, lo que Cristo dijo de los fariseos: “haced lo que os digan, pero no hagáis conforme a sus obras”. Hay jóvenes que se sienten huérfanos, teniendo padre y madre, porque estos no les dan nada más que dinero y caprichos.
No se me olvida una “Convivencia” en la que salió, como de costumbre, el tema eterno de las relaciones con los padres. Como suele ocurrir, la queja de fondo era lo pesado que son… lo que se meten en nuestra vida, no nos comprenden, etc. Uno, en particular fue bastante duro en sus juicios. Otro, que había permanecido en silencio, dijo escuetamente: “ojala mis padres se preocupen de mi como los vuestros”. Y se hizo un silencio. Cuando se dan los cortes generacionales, sea por abandono, sea por incapacidad de los padres, los hijos suelen buscarse un amigo, un profesor o un grupo de amigotes que les hagan de padres. Con suerte, quizás mejoren lo que tenían.

¿ACERTAMOS ?
Algunos padres, preocupados seriamente por la formación de los hijos, dudan si están acertando o no en lo que exigen. No sé si explico bien lo que pretendo decir: un ser humano, en este caso, un hijo se realiza mejor como persona, cuanto más fiel es a las raíces de todo ser humano. Si le enseñamos los valores profundos que la humanidad ha admirado a través de los siglos, me atrevo a asegurar, que no nos equivocamos: honradez, responsabilidad, trabajo, solidaridad, fortaleza de ánimo. Decía Aristóteles que el consentimiento universal de las gentes ha de tomarse como ley de la naturaleza. Los valores citados son los componentes básicos para la vida en común. Si lo queremos mejorar, pongamos sentido del humor y si queremos perfeccionarlo, desde lo más profundo, tendríamos que añadir a la vida el sentido de las palabras de Jesucristo: “no he venido a abolir vuestras normas (la ley), sino a perfeccionarlas”. Una visión cristiana del mundo que nos rodea, o dicho de otra manera, presentarles el proyecto de vida que Jesús propone como solución a los problemas con que nuestra sociedad y ellos mismo se enfrentan.

En los antiguos catecismo, a propósito del juramento, se aconsejaba: “decid sí, sí, ó, no, no, como Cristo nos enseña”. Ir con la verdad por delante, en nuestros tiempos, más de uno dirá que es hasta peligroso. Por desgracia, lo malo reluce más que lo bueno. Tiene un color más chillón y como se dice ahora, da el “cante, tela”. Pero hay que tener una mirada más optimista, porque enseñar a mantener la palabra, desde pequeños, lleva implícito un aprendizaje, una reflexión para nosotros los mayores. Un profesor, que no cumple lo prometido, se desprestigia ante sus alumnos y crea un clima de desconfianza. Los alumnos protestan por la firmeza, como decíamos antes, pero se burlan de la debilidad. Tengo que saberlo. Los hijos se quejan de las exigencias paternas, pero más adelante los pondrán como modelos. Tengo que recordarlo. Como escribió un pensador: a los hijos se les está gestando continuamente…


Fernando Marrero S.I.

Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación

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